Recientemente, el mandatario de los Estados Unidos, Donald Trump, informó que está tomando hidroxicloroquina diariamente, promocionando a su vez su consumo como medida de protección contra el coronavirus. De manera similar, Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, dijo que guardaba una caja de este medicamento en caso de que su madre de 93 años lo necesitara, y dio la orden al Ministerio de Salud de emitir nuevas pautas para ampliar su uso.
Sin embargo, todavía hay poca evidencia clínica que demuestre que funciona y los científicos advierten sobre el uso de hidroxicloroquina o cloroquina fuera del entorno hospitalario o un ensayo clínico afirmando que puede causar problemas cardíacos y numerosos efectos secundarios.
¿Qué es la cloroquina?
La cloroquina es un compuesto sintético desarrollado en 1934 para prevenir y tratar la malaria. También conocido como fosfato de cloroquina, el medicamento impide que el parásito Plasmodium crezca y se reproduzca mientras está dentro de los glóbulos rojos del huésped al interferir con la capacidad del patógeno de descomponer la hemoglobina para la alimentación.
Aunque es esencial para el control de la malaria en todo el mundo, hace medio siglo se descubrieron cepas resistentes a uno de los parásitos de la malaria más mortales, lo que limita su uso.
Por otra parte, si bien las pastillas de cloroquina siguen siendo críticas en el manejo de la enfermedad gracias a su facilidad de entrega y transporte, se absorbe fácilmente en el cuerpo y es altamente tóxico en dosis relativamente pequeñas, por lo que es un medicamento para usar con precaución. No solo existen diversos efectos secundarios —dolores de cabeza, dolor de estómago, somnolencia y vómitos— sino que también la intoxicación por cloroquina conlleva un alto riesgo de muerte.
